Poemas de Paco Mollá
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Cancioncilla del agua
que escuchaba de niño
¡hoy bebo tu nostalgia!
La misma cancioncilla
que entonces escuchaba;
el mismo son mojado
y, ¡cuán otro es a mi alma!
¡Ay, que perdí el azul
candoroso de gracia,
que ya no entiendo ahora
sus frases sin palabras!
La vida me hizo noche
-¡oh claridad del agua!-
Ahora escucho, escucho…
¡Si al menos escuchara!
Señor: dame la mano,
que ando ciego y sin alas.
La inocencia era el ángel
que entonces me nimbaba
Quiero tornar.. ¡El Sol
eleva en beso al agua!
Anhelo la pureza
-¡y es logro el anhelarla!-
Que Tú nos quieres niños
en Tu eterna Morada…
¡Ya llévate en Tu beso
la falena de mi alma!
Una copa no más – que me embriaga
y me mata también — del fuerte vino
de tu amor de mujer sabrosa y maga
que me tiene encantado en el camino.
Al sentir de tus ojos —fina daga—,
se rasgó mi zurrón de peregrino;
y quedé anonadado y a la zaga.
Sin cumplir mi promesa y mi destino
Una copa no más… ¡y moriría
de ese filtro de abismo y ambrosía
que subyuga! embriaga y da la gloria…!
¡Una copa no más. sólo una copa!
Que morir de hechizo de tu boca
es lograr en la muerte la victoria.
TANTO TE QUIERO…
Tanto te quiero que sin ti la vida
no tiene para mí ningún sentido;
tú vives en mi aliento y mi latido
como vive una flor al tallo unida.
Es un gozo entrañable y una herida,
que sanaría sólo con olvido,
y, olvidar… ¡imposible! si encendido
tengo el pecho de amor y el alma ardida!
Qué gozo y qué martirio el de quererte:
saber de hiel y miel a un tiempo mismo,
probar a un tiempo mismo vida y muerte…
Es andar solitario y no en sí mismo:
Es, señora, en locura de quererte,
creerme en gloria en el propio abismo.
Te has llevado. Señor,
lo que yo más quería;
en un cono de sombras
se abismó el claro día;
mi ilusión, mi esperanza
van en niebla tupida;
mi consuelo es de lágrimas
amargando mi vida.
Te has llevado Señor,
lo que yo más quería.
Sólo voy con este fardo
que es mi vida —ya me pesa—
perdido como en un páramo
sin salida y sin defensa.
¡Ya estoy en la soledad!
Una soledad de islote
perdido en medio del mar.
¡Ay, Justa! Sin tu presencia
pierden el valor y encanto
las cosas que me rodean.
(Mas te presiento constante…
¡Espérame, Justa meua!)
Todo lleno de Vida
me encontré con la Muerte.
Y los dos un instante
nos miramos de frente.
Y la Muerte me dijo:
— Sólo he venido a verte:
goza y sufre la Vida…
Cuando la hora te llegue,
yo vendré, y en mis brazos
dormirás para siempre…
¿Todo anulas en mí?
le pregunté a la Muerte.
–No –me dijo–; hay en ti
un soplo trascendente…
Yo me llevo de ti
sólo la espesa veste
que este mundo te dio
para que en él vivieses.
Actúo en la materia
transformándola siempre.
No puedo con la luz,
¡que es de Dios solamente!
Yo pensé:
Si soy soplo de Dios,
seré en El siempre… siempre
¡OH, Silla del Cid!
clamor de silencios.
letanía pétrea
sumida en el Tiempo…
¡Oh, CID! Estallido
de rocas y Tiempo.
Clamor permanente
en pos de lo inmenso.
Cristal de distancias
cortando los vientos.
Parábola azul
bebiendo los cielos.
Truncada pirámide
clamando sin ecos.
Vértice inquietante
rayando el Misterio.
Altar permanente
alzando a los cielos
fervores arcanos,
telúricos rezos…
¡Oh, Silla del Cid!
ciclópeo aliento…
¿Recuerdas a los saurios?
¿Los bosques de helechos?
También fuiste mar…
entonces el flémito
salado del agua
hendía los tétricos
abismos oscuros…
Batía roquedos
al sol y a la niebla,
la espuma y los vientos,
formando armonías
de encanto y Misterio…
¡Oh, Silla del Cid!
En ti vive el Tiempo
latente, oprimido
vibrando lo Eterno.
Cuando yo sea libre
nos iremos al huerto
a aspirar el perfume
de las flores de almendro.
A comer de los frutos
sazonados y buenos
y a llenar tu carita
de purísimos besos.
A escuchar de las aves
deleitosos gorgeos
entre almendros floridos
y trigales morenos.
A llevarte enlazada
al rincón más ameno
y mostrarte en mis brazos
senderitos del cielo
Cuando yo sea libre…
Ay, Señor, ¡cuánto anhelo!
Recuerdo ¡ay! lo triste
de nuestra despedida
del Campo de Monóvar…
¿Te acuerdas, vida mía?
Cargado con las mantas
y cesta de comida,
y atado a otro, fuerte,
¡ay! laso yo salía
de aquella cárcel lóbrega
que me amargó la vida
camino del destierro…
Tú afuera, Justa mía,
con alma emocionada
mirabas mi salida,
y, al verme, sonreíste
con mirada tristísima…
Tus ojos me miraron
con alma compungida,
y, en cambio, por valerme,
llorando te reías…
Te pusiste a mi lado:
salió la comitiva,
y, sin querer, las lágrimas
quemaban mis pupilas…
Saliendo al campo raso,
se dirigió mi vista
hacia los altos montes
de mi tierra querida.
Y vi Los Chaparrales
y la soberbia Silla,
erguidos y azulados
allá en la lejanía…
Les dije con el alma
de pena estremecida:
¡Adiós, saudosos montes!
¡Adiós, tierra querida…!
Allí dejaba, triste,
serenas alegrías,
días de amor bendito…
¡que ya no volverían!
Mis padres viejecitos
mis tiernas hermanitas,
y la mujer que Dios
me dio por compañía…
¡Allí quedaba todo!
¡Oh amarga suerte mía!
Por un infierno ¡ay!
dejaba yo mi dicha…
Camino del exilio,
¡qué triste lo veía
todo lo que otras veces
dio júbilo a mi vida!
¡Qué triste el puro cielo!
Qué triste la alta Silla!
¡Qué triste el padre sol
que a todos igual mira!
Los árboles, ¡qué tristes!
Igual las avecillas;
igual los aires puros
que tibios acarician.
Dolor era la tierra,
dolor, la luz del día;
dolor era el ambiente,
dolor era mi vida…
Mas tú venías cerca
— así Dios lo quería–
pues que llegaste a verme
el día que me iba,
que sin saber tú nada,
corriste compungida:
la hora de mi exilio
tu alma presentía…
Camino del Calvario
a mí me parecía;
camino de la muerte,
destierro de la Vida.
¡Adiós, mis esperanzas!
¡Adiós, tierra bendita!
¡Adiós, mujer amada!
¡Adiós…Dios os bendiga!
Llegamos al andén:
el tren pronto vendría…
Hablamos un momento
de Dios y de la vida,
Tú me dabas valor,
forzando las pupilas
por no llorar de pena…
— ¡yo bien lo comprendía!—
Yo a ti también trataba
de darte alguna dicha
hablando del futuro
y de serenos días.
Entonces, entre lágrimas
amargas, sonreías…
Y yo te acompañaba
besando tus pupilas…
Miraba yo tus ojos
con tanta simpatía
que el alma lo inefable
mirándote sentía…
Me mostraban tus ojos
ternuras infinitas,
bondades increíbles,
serenidad altísima…
Un ángel de los Cielos
entonces parecías…
La gracia de las santas
de tu mirar fluía…
Llegó por fin el tren.
¡Qué dura despedida!
Unida contra mí
llorabas tu agonía..
Creí en aquel momento
que el cielo azul se hendía,
que el mundo se estrellaba
y todo concluía.
Por fin nos separaron
con brusca sacudida,
y al tren subí cual entra
el reo en la capilla.
Miré desesperado
desde mi ventanilla:
te vi cual si estuvieses
en páramo perdida…
Tan triste te miraba,
tan turbada y hundida,
que yo temí quedases
allí desvanecida…
Camino del Calvario
a mí me parecía.
Camino de la muerte.
Destierro de la Vida…
Adiós, mis esperanzas!
¡Adiós, tierra bendita!
¡Adiós, seres amados!
Adiós… Dios os bendiga!
Mi sueño era encontrar la compañera
para hacer de la vida un colmenero;
su sueño era encontrar al compañero
para fundir en él la vida entera.
Cada cual por su lado, a su manera,
el tiempo consumía por entero
esperando el momento verdadero
en que el ser ideal apareciera.
Estaba escrito y se cumplió el destino:
queríamos los dos un riachuelo
de juntar nuestros cauces; un camino
que fuera la unidad de nuestro anhelo…
(Éramos dos racimos para un vino).
Y aconteció cuando lo quiso el Cielo.
A Alejandro Guillén
Si yo no fuera eterno, no tendría
este amor de sumirme en el silencio,
este afán de encontrarme en sus caminos
preguntando quién soy ante el Misterio…
No seria traido ni llevado
por las rutas sin fin que van adentro,
ni oiría la voz entre la niebla
separando verdades de los sueños.
Si yo no fuera eterno, no andaría
con los ojos clavados en el cielo,
ajeno a las punzadas del camino
enamorado loco de un lucero…
De la Muerte,
no hablaría jamás -es como un viento
de fuerza ensombrecida y misteriosa
derrotado mil veces en el Tiempo.-
Si yo no fuera eterno. ¡qué vacío,
qué honduras en la nada del silencio!
Seria el «nunca más» que puso Poe
en el negro graznido de su cuervo…
Pero hay mucho que andar y que sufrir,
que aprender en la Rosa de los Vientos:
encontrar nuestra estrada y encender
la lámpara que Dios nos puso dentro…
Si yo no fuera eterno, no estaría
vibrante de ascensiones y progreso,
no sería verdad la Gran Verdad
ni el armonioso Plan del Universo…
(Ni tú ni yo seríamos, -¡y somos!-
una estrofa de amor del Himno Eterno.)
Señor, Te he conocido
en la quietud del campo,
en la más ignorada
florecilla del páramo;
en la dulce fontana,
en los giros del pájaro,
en los ojos del niño,
en el brillo del astro,
en el mar, en el sol,
en el aire, en el árbol,
en la nube, en la luz,
en el cielo estrellado…
Todo en mi corazón
por Ti se ha hecho claro…
¡Vienes, Señor, a mí
por todo lo creado!
Llevamos en el alma este paisaje
-que es alma de Petrel-
aflorando a la paz de los mirajes.
Riscos mimados del azul. Montañas
con la nueva sonrisa de pinares
recién venidos. Ramblas con arenas
y guijarros volcánicos. Bancales
enfermos de sequía, con almendros
de troncos retorcidos… Olivares
en las hoyas más hondas, donde tierra
más feraz se ha reunido -o en los valles
mimados de los montes, donde suben
senderos que al azul van a bañarse-.
Fuentecillas rezando soledad
con ternura inefable…
Poesía apretada de recuerdos
-de amor y de dolor y de saudades-.
¡Oh campos y montañas de Petrel,
estáis en nuestra sangre!
Como un saurio ciclópeo se levantan,
acompañando al Cid, Los Chaparrales.
Desde allí se ve el mar en el confín,
envuelto en profusión de azulidades.
El silencio se cae en las montañas
como lluvia benéfica y sedante…
el espíritu flota, en un remanso
de beatitud y paz, fuera del aire.
Almendros familiares, amistosos,
retorciendo sus cuerpos. Olivares
amables y aceitosos, engrasando
la aridez y secura del paisaje…
Y, allá abajo, Petrel. Pueblo de azúcar
y acíbar, recostado en los mirajes
de Saleres, Batex, Serra el Cavall
y el árabe castillo, rey del Valle.
¡Petrel del galopante desarrollo!
¡Petrel de tradiciones entrañables!
Tenía yo seis años (1908), mi padre me llevaba, a cuestas de su manso borriquillo a las laderas sur de La Silla del Cid, donde tenía la tarea, junto a otros trabajadores, de «escombrá» pinos e ir plantando otros en los claros. Yo me entretenía viendo volar a los pájaros -que había muchos-y oyéndolos cantar, o viendo pasar las nubes… Algunas veces mi padre me decía: «Paco, planta este pi en este clotet». El me enseñaba. Yo lo plantaba bajo su dirección. Ponía una poca tierra suelta. Colocaba el pino en el centro, y después echaba tierra hasta hasta llenar el hoyo. Apretaba bien la tierra sobre el pino… Después lo regaba. «Ya está» le decía yo a mi padre, muy contento. Mi padre: «Sí, ya está». Ahora los miro con verdadero amor…
Veo esos pinos que planté de niño
al tiempo ungidos, con el tiempo hermosos…
Ese verde de sol, sol perfumado,
armoniosos en la dicha del Espacio.
Esa viva ternura clamorosa
con ansiedad de estrella e Infinito;
esa ebriedad de Azul hecha sonrisa
y perenne añoranza en la vivencia…
¡Con qué gozo los miro! Hasta diría
que siento sus clamores en los vientos
como mi propia voz en torrentera,
y mi sangre en su savia,
y su savia en mi sangre…
Me siento padre y a la vez hermano:
¡unión indestructible en nuestro sino!
Un día me ausenté, con mi ignorancia
a cuestas, por un mundo desdeñoso
con mi carga de sueños e ilusiones
-que cayeron cual pájaros vencidos,
alcanzados por flechas del fracaso-.
Espléndidos de gracia os torno a ver,
fijos en el lugar de vuestra vida…
Yo sé de vuestras alegrías
cuando el aire en las hojas acaricia
pulsando melancólicas baladas.
Cuando trinan los pájaros y anidan
en vuestras copas áureas… Yo sé
de vuestras letanías, al palor
silente de la luna y las estrellas…
De vuestro inmenso gozo cuando llueve
y el agua tiernamente os acaricia
las raicillas ávidas de vida…
y sé de vuestra firme resistencia
ante la tempestad y el huracán
y las grandes sequías…,
y el miedo al ser humano en su impiedad.
Tantos secretos de vosotros sé
que me siento con vosotros en el Tiempo
y en la armoniosa vida en lo Infinito…
Palpito con vosotros;
y sé que me sentís en las sutiles
vibraciones recónditas de vuestro
ser, abierto al Amor Universal.
¡Oh pinos que planté de niño!
con vosotros me siento en la Creación
armoniosa del Cosmos.
Olivos de mi tierra, redondos y enlutados,
abriendo hacia el azul vuestros místicos
vasos.
Bendiciones vivientes cuajadas de silencios.
Oraciones dormidas en los brazos del tiempo.
Vuestras ramas platean deleites del Estío,
donde el sol crístaliza sus ósculos divinos…
Y se abren vuestros brazos en fraternales
gestos
brindando beatitud al cuitado viajero…
Olivos envueltos en sudarios de luna,
felices de ocultar la inocente ternura
de los nidos dormidos –armonía latente–,
y sentir el Misterio en la entraña de aceite.
Vosotros sois mi infancia en la vejez del Mundo…
días apretados de emoción en tumulto…!
Si el abuelo contaba el drama de su vida,
entre olivos vernáculos mi mente lo veía.
Si «la Pasión» la abuela empezaba a narrar,
os veía entre inocentes humos de amor y paz…
…Yendo a Jerusalén -¡oh añorante emoción!-,
unidos can las palmas, simbolizando amor.
Y en el Huerto sedante donde oró Jesucristo,
llorando silenciosos… ¡Oh místicos olivos
cargados de añoranza y nimbados de paz,
vosotros sois mi cuna, mi ensueño, mi altar!
Sobre el azul purísimo del cielo,
orillando unos riscos, vuela un águila;
serenamente en espiral planea
el gozo encantador de la mañana.
El valle es como un vaso desbordante
de sol, de sol que cae a cataratas;
el aire va filtrándose en sus rayos
impregnado de plantas aromáticas.
Ya brillan las cerezas, cual rubíes
entre las deliciosas esmeraldas
del cerezo: las hojas -pececitos
en una mar serena de paz áurea-.
El trigo es oro limpio; y amapolas
salpican como sangre enamorada…
Regueros de cantueso y manzanilla
adornan las orillas y las gándaras.
Nos vamos al Chorret… ¡cuánta delicia
es en Catí la luz de esa fontana!
Bebemos lentamente, saboreando
la gracia de esa linfa tierna y clara.
La Ermita endulza el horizonte verde,
como eterna oración petrificada…
(Como una onda de fe que en el silencio
quedara en soledad honda y nostálgica.)
… Por la tarde, sendales misteriosos
hunden el Valle y las laderas glaucas…
¡Vaporosa quietud! Hacia los cielos
los silencios dormidos se levantan…
Estará cerca el cielo -pienso yo-.
Tal es la beatitud que invade el alma!
Quiero guardar grabado en mi retina
este paisaje abrupto con sus montes,
estos ocres y azules horizontes
donde el poniente en oro difumina.
Paisajes entrañables, doloridos
en nuestro propio ser, por tan dolientes…
¡Oh el milagro hialino de las fuentes
entre mirajes duros, resequidos!
Me despido del arbol: despedida
que conmueve raices de querencia;
hermano paralelo en nuestra vida,
de siempre bienhechor por excelencia.
Me despido del agua: bienhechora
criatura en la sed de la jornada;
ya rocío en el cáliz de la aurora,
o en la sangre en anímica riada.
Me despido del aire: criatura
en bosques y cañadas, armoniosa.
Suspiro venturoso de Natura,
que hace vibrar la vida en toda cosa.
Me despido del mar … ¡La madre mar!
En ella toda inmensidad se expande…
Útero de la Vida. Germinar
permanente de lo bello y de lo grande.
De todo me despido en esta hora
que la Verdad impone su valía…
Me marcho en el ocaso con la Aurora.
La noche me abrirá el eterno Día…
La mar fue al principio.
La mar es después…
Cubramos de mar
nuestra desnudez.
La mar es la madre
que siempre a la vez
está procreando
y está en gravidez…
Cubramos de mar
nuestra desnudez…
La sal son las lágrimas.
La sangre, sal es…
Cubramos de mar
nuestra desnudez…
La mar fue al principio
de la Vida; y, es
vida permanente…
¡Ser de nuestro ser!
Cubramos de mar
nuestra desnudez…
¡Al Mar infinito
hemos de ascender!
Como el almendro
que padece el rigor de las sequías,
las heladas, el cierzo,
las grandes tempestades, (con el rayo,
que le prefiere entre los otros árboles…)
Para luego,
aún antes del albor de primavera,
ser él en florecer siempre el primero…
Sí;
tú,
como el almendro.
Sea mi último poema
una lucha sublime
para escalar el tiempo
y encontrar las regiones
más hermosas del cielo
20 – XII – 89
HOSPITAL COMARCAL
AGRADECIMIENTO
A Salvador Pavía Pavía por sus indicaciones y consejos.